
En colaboración con Melba Mondragón de Domínguez
Un 2 de abril del año 742, nacía en algún lugar de la Renania, y fruto del tórrido romance entablado entre Pipino el Breve y Bertrada de Laon, un joven que los anales del Billiken recordarían como Carlomagno.
Carlos I el Grande (tal era su nombre), Rey de los francos (768 – 814), Rey nominal de los lombardos (774 – 814) y Sacro Emperador de Occidente (800 – 814), era además nieto de Carlos Martel (hijo no matrimonial del Rey Pipino de Heristal y tatarabuelo de un famoso actor argentino de los años ochenta).
Tan lejos de las armas como de la ortodoxia literaria, el primer 2 de abril del siglo XX nacía en el barrio porteño de Flores Roberto Godofredo Christophersen Arlt, prolífero novelista, dramaturgo, periodista e inventor argentino.
“Un simple reportero del montón” para el distinguido paladar de las plumas de Florida, que nutría sus escritos simples y banales de sus juveniles lecturas de Charles Baudelaire, Fiodor Dostoievski y Franz Kafka.
Casi un siglo antes, y en la gélida Copenhague, también un 2 de abril veía la luz el pequeño Hans Christian Andersen, autor de los cuentos infantiles más truculentos de los que se haya alimentado nuestra más tierna lactancia. Desde el año 1843, y como una ley pedagógica nunca escrita pero omnipresente, a todo niño que tenga comportamientos inapropiados se lo atormentará con la lectura de “El patito feo”.
Durante la pasada temporada, el Cris Morena Entreteinment & Children Lobotomy Group puso en el aire una remake de la obra del escritor danés. Hasta el cierre de esta edición, UNICEF Internacional no ha proclamado ningún comunicado al respecto.
Pero no todas son rosas en la viña del Señor. Las efemérides del 2 de abril se nutren no sólo de onomásticos sino también de (agradables) defunciones.
Un 2 de abril mucho más cercano en el tiempo (y en la memoria), moría después de una larga y mediática agonía el 264º Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana: Juan Pablo II.
El 16 de octubre de 1978, tras dos días de deliberaciones, el Cardenal Pericle Felici gritó en la Plaza de San Pedro el célebre “Habemus Papam”, anunciando el nombramiento del primer Papa no italiano de los últimos 450 años. En ese momento, y con amplio consenso,
Juan Pablo II

Albino Luciani (quién había portado por escasos 33 días el mucho más modesto nombre de Juan Pablo I).
La Iglesia Católica no tuvo necesidades de asesinar al flamante JP. Durante sus 26 años de mandato, el ex Obispo de Cracovia no vaciló en reforzar mediante cada una de sus Encílicas las retrógradas posiciones entorno al aborto o la homosexualidad que siempre tranquilizaron a la grey católica.
Finalmente, a las 21.37 horas del 2 de abril de 2005, una amalgama de septicemia, colapso cardiopulmonar irreversible y Mal de Parkinson consiguieron lo que el turco Mehmet Ali Ağca no había logrado 25 años antes.
Karol Józef Wojtyła era hijo de Karol Wojtyła, un suboficial del ejército polaco que murió en 1941 defendiendo la ciudad de Varsovia de la ocupación de la Alemania nazi. Por uno de esos guiños de Dios o de las causalidades, para sucederlo en el trono de San Pedro el cónclave eclesiástico elegiría al ex militante de las Hitlerjugend Joseph Alois Ratzinger.
Apenas unas horas antes de la muerte de Wojtyła, el Todopoderoso nos regalaba la partida del Ingeniero Álvaro Alzogaray.

Desaparecía para siempre de la escena política argentina el chancho burgués de los tics graciosos y los ideales ultraconservadores, ferviente admirador de la economía de mercado, Friedrich Hayek y las dictaduras militares (aunque no precisamente en ese orden).
Lo más selecto de la derecha vernácula lo llora en algún cementerio privado de la Capital Federal. Desde hace exactamente tres años, nos venimos acostumbrando a pasar el invierno sin su desagradable compañía. Una muerte que en su momento quedó a la sombra de otra más distinguida y no se disfrutó como correspondía, pero que bien vale la pena recordar.
Las últimas letras de nuestra concurrida efeméride se tiñen en su epílogo de un repugnante verde militar.
También un 2 de abril, pero en el año 1917, el Congreso de los Estados Unidos de América aprobaba el ingreso del United States Army al bando aliado durante la Primera Guerra Mundial. La obsesión por la defensa de los ideales occidentales y cristianos del Gran País del Norte llegaría hasta nuestros días.
Exactamente 65 años después, sin otro consentimiento que el de su oscura conciencia y con la exaltación que le suministraban unos cuantos hectolitros de scotch importado
Un 2 de abril daba inicio formalmente la Recuperación de las Islas Malvinas, una farsa creada por un puñado de chiflados alcohólicos que alucinaba con que un ejercito amateur podría doblegar a la Armada más poderosa del mundo (y consumida por una buena parte de la sociedad argentina, que por aquellos días pedía a gritos “ganar en algo”).
El (trágico) sainete se prolongaría por 71 días y 14 horas, y terminaría de paso con la vida de 649 compatriotas (y se la cagaría a otros cientos).
La Ley Nº 25.370/2000 del Poder Ejecutivo Nacional ordenó que cada 2 de abril se conmemore en toda la República Argentina el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas.
A partir de 2008, quién sabe hasta cuando, y tal como sucede con el 25 de Mayo y el 9 de Julio, el mencionado feriado no es susceptible de ser trasladado (como pasa con el resto de las conmemoraciones volubles que se festejan en el país).
Quizás como una manera digna de recordar a los caídos en aquel irracional combate.
O quizás como un modo de adecuarse a los tiempos que corren (¿para qué favorecer el turismo en un país que por estos días tiene el 90 % de sus rutas cortadas?)
Suyo,
שׁﺞﻆﺞ
Ignatius J. Reilly
Ignatius J. Reilly
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El presente artículo no hubiera sido posible sin la desinteresada colaboración de la Licenciada Melba Mondragón de Domínguez (Master en Teología e Historiografía comparada y Doctora Honoris Causa del Boecio Institute de la ciudad de Praga).
Los sucesos que aquí se relatan fueron cotejados (tanto en sus fechas como en sus nombres propios) con la primera edición de "De la consolatione Philosopiae" (Boecio, año 523, Manu Scriptus que obra en mi poder).