Con motivo de celebrarse hoy jueves 17 de julio en todo el territorio nacional el Día del Futbolista ( por conmemorarse un nuevo aniversario del nacimiento de Hernando Jimenez, capitán de la selección nacional subcampeona del mundo en Uruguay 1930) Abigail Sánchez y Sánchez nos vislumbra con esta semblanza de uno de los últimos ídolos locales.(*) Por Abigail Sánchez y SánchezJugó, venció. Meó, perdió.
La muestra tomada el 29 de junio en el
frasco 3023, faja A-013063, dio positivo y todo se derrumbó. Hubo estupor y escándalo. Los truenos de la condenación moral ensordecieron al mundillo deportivo entero.
Marcelo Julio Mosset nació en la ciudad de Santa Fe en el año 1981. Hijo del prestigioso jurista
Jorge Mosset Iturraspe y de una poeta galesa, el pequeño “
Tato” no dudó desde niño en contrariar los designios de su padre para conquistar el mundo de la redonda apoyándose en una pegada magistral.
Durante su brillante carrera profesional, el defensor paseó su fútbol por ligas europeas y americanas, para volver hace algunos meses a calzarse nuevamente la rojiblanca erigido como baluarte tatengue. Para concretar el recurrente sueño del regreso triunfal, el jugador no vaciló en rechazar el ofrecimiento que le realizó
Ulises Ibagaza para sumarlo al
Azz Therionns de la liga saudí. Los petrodólares que tentaron su zurda no alcanzaron para separarlo del club de sus amores.
Pero, evidentemente,
el placer de derribar ídolos es directamente proporcional a la necesidad de tenerlos.
El desprecio de los intelectuales por este deporte se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. El razonamiento se vuelve matemático: poseída por el fútbol la plebe piensa con los pies, y en ese goce subalterno se realiza.
Pan y circo, circo sin pan.
Ya en 1880,
Rudyard Kipling se burlaba del fútbol y de «
las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan». Un siglo después
Jorge Luis Borges era más sutil, dictando una conferencia sobre la inmortalidad en el preciso instante en que la Selección Argentina desfloraba su vergonzosa performance en el-mundial-del-setentayocho.
Nuestro barbado ídolo, en este caso, volverá a transgredirlo todo.
Animado lector de la obra del marxista italiano
Antonio Gramsci (que elogió «
este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre») Mosset no vaciló en contrariar una y otra vez al establishment de turno, y en escandalizar con sus desaires a la mediocridad periodística cada vez que lo creyó conveniente.
Ferviente admirador de “
Quebracho” Gamarra, aquel rústico defensor guaraní que se calzó la rojinegra en los ochenta para desaparecer misteriosamente un día ayudado por el interno 16 de la
Línea 4 (Guadalupe-Centenario) perseguido por los matones del club después de trompear al por entonces presidente Ítalo Gímenez, “Tato” será recordado por las generaciones futuras como
“El refinado erudito” (apodo que conjuga en dosis iguales su prestancia con el balón y su predilección por los libros)
Por todas estas contradicciones, la máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta y eso tiene su precio. Y ese precio se cobra al contado y sin descuentos.
En el frígido fútbol de fin de siglo, que exige ganar y prohíbe gozar, este hombre es uno de los pocos que demuestra que la fantasía puede también ser eficaz…
“Tengo dos problemas para jugar al fútbol:
uno es la pierna izquierda, el otro es la pierna derecha”
(Roberto Fontanarrosa)